Caracterizadas por su dibujo magistral, las pinturas y dibujos de Miguel Condé son a la vez íntimas y monumentales, evocando la majestuosidad de murales mientras representan escenas de placeres privados y rituales secretos. La yuxtaposición de elementos medievales y contemporáneas en la composición a menudo provoca sorpresa, impulsando al espectador a cuestionar el significado de estas exquisitas y enigmáticas imágenes que representan una cosa de belleza, imposible de describir.
Desde 1969 Miguel Condé ha vivido en Sitges, cuya límpida luz mediterránea ha informado sus cuadros con una gama cromática que recuerda los muros pintados de la antigua Bonampak o los frescos de Giotto en Asís. Ordenadas con personajes de vestimenta arcaica, congelados en el cumplimiento de algún ritual arcano, las pinturas de Miguel Condé saltan los siglos para ofrecernos una historia envuelta en misterio y profundamente arraigada en la tradición. Como los personajes de una pintura de Perugino o Bellini, se presentan teatralmente, como en un proscenio, con una ceremoniosa gravedad que los convierte en seres universales, pero a los cuales nos es imposible colocar en un determinado espacio en el tiempo. Su potente tensión sexual trae a la mente la obra de Balthus, con cuyo trabajo comparte su profunda carga atmosférica, pero Condé emplea técnicas de los grandes maestros para atraer al espectador y colocarle en una inquietante y compleja narración, a la vez intemporal y contemporánea, que parece emanar de una memoria colectiva y nos permite percibirla como un déjà vu, obviando cualquier alusión a Klossowski o los maestros del Quattrocento.
Nacido en Pittsburgh en 1939 de madre estadounidense y padre mexicano, los primeros años de Condé los pasó a caballo entre dos culturas: una profundamente racional y la otra envuelta en misterio y misticismo, una educación binaria que quizá nos ofrezca pistas sobre el simbolismo ontológico en su obra. Aunque principalmente autodidacta, en la década de 1960 trabajó de aprendiz en París con los más grandes grabadores de su época, William Stanley Hayter y los hermanos Frélaut del taller Lacourière, y no ha dejado de producir algunas de las impresiones calcográficas más extraordinarias de su generación, editando livres d’artiste y series de grabados que han recibido los elogios y premios de numerosas instituciones. Como maestro dibujante ha impartido cursos de dibujo en la Universidad de Iowa y, desde 1958, su obra ha sido expuesta en galerías y museos de toda Europa y América. Su obra se puede encontrar en las colecciones del Museo Albertina de Viena, el Instituto de Arte de Chicago, la Biblioteca del Vaticano, La Bibliotèque Nationale de Francia, el Museo de Brooklyn, La Calcografía Nacional, Madrid, el Museo de Cleveland, el Museo Reina Sofía (MNCARS), el Museo de Arte Moderno, Nueva York, y la Smithsonian Institution, Washington, DC, entre otros.