
No cabe duda de que la fotografía ha alcanzado la altura expresiva y estética que la sitúa hoy en día como otra más de las formas de expresión plástica de las artes. No es fácil alcanzar esta condición cuando te encuentras sujeto a una máquina y la forma de llegar al arte, a través de esta exposición mecánica, no es nada sencillo de conseguir. No es la mano la que transmite la percepción del momento, el contacto con el sujeto, y menos si hay figura humana — el entorno, la luz, el momento de disparar, encontrar ese segundo que hace posible la percepción de ese momento — toda una serie de condiciones que exigen unas cualidades de percepción que no son corrientes, y que, en cierto modo, o se tienen o son muy difíciles de adquirir. Como en todo arte, o se alcanza o no la altura que es imprescindible para convertir una obra, en ese caso una fotografía en verdadero arte.
En el caso de Miguel Dunev nos encontramos que no es nada corriente: un fotógrafo artista. Tiene esa imprescindible percepción del espacio y del momento, esa intuición dramática que anuncia (o también denuncia, y en este caso adquiere un valor artístico incalculable), algo que le permite percibir donde está el movimiento al mismo tiempo que el posible dramatismo de la situación que retrata, no solo en las personas, sino también en las cosas, la historia que ilustran, la belleza que guardan, lo que arrastran o lo que puede llegar a ocurrir con ellas. Yo creo que no hay gran fotografía si con ella no podemos transcribir una historia que nos emocione, tejer un acontecimiento, percibir el dolor o la alegría de una situación que ha ocurrido o puede llegar a producirse. La fotografía exige una condición de percepción humana que es la que la convierte en una más (y no la menos importante) de las artes plásticas. Sin esa condición, solo veremos “fotos”, pobres recuerdos quizá de unas aburridas vacaciones que guardaremos olvidadas.
Cuando Dunev me mostró una colección de sus fotografías, casi inmediatamente le pedí permiso para realizar una visión musical sobre ellas. La obra se titularía Imágenes para una exposición y naturalmente pensé que era un merecido homenaje a Mussorgsky, ya que como en sus extraordinarios “Cuadros”, cada fotografía iría acompañada de una Mirada, que correspondería a lo que el había titulado Promenade. Tanto en la elección de los títulos, como la ordenación de las obras, debo agradecer la ayuda de mi compañera Dolça, a quien tanto debo con su sentido común y su agudo sentido teatral y literario. Siempre una ayuda inestimable. Escogimos las obras que más me impresionaron en ese momento y comencé a trabajar, numerando cada Mirada y titulando cada obra, conservando la idea de que cada Mirada fuera casi una variación de la primera, para ayudar a cohesionar de esta forma el conjunto.
Solo me queda agradecer a Miguel Dunev la generosidad de haberme dejado “colarme” en su obra y a Santiago Barro su muy importante, generosa y acertada labor en la forma de ejecutarla y comprenderla.
Eduardo Rincón
Torroella de Montgrí, a 31 de marzo de 2012